Ana y Paula pelean en su casa. Son hermanas gemelas y ha aparecido un chico de por
medio. Juan, Juanito para los amigos. Es un hombre muy guapo que desquicia a todas
las chicas del vecindario.
Tanto Ana como Paula sienten algo por él, será atracción sexual, romántica o,
simplemente, saben apreciar un buen espécimen masculino. Lo único claro es que esto
se está convirtiendo en un problema. Son hermanas, encima gemelas, no tienen otra
elección que intentar ser diferentes. Y en el amor puede ser un grave conflicto. Ana sabe
que a Paula le gusta mucho Juan, aunque ella también quiere probar suerte.
¡Ay, Juanito!, suspiran ambas cuando piensan en él. Ya no duermen, a penas comen,
su pensamiento solo tiene una cosa: ese rostro, esos rizos, esa mirada. ¡Me estaba
mirando a mí!, acaban discutiendo. Paula es mucho más directa que Ana, cosa que la
trae loca, porque le quita muchas oportunidades de demostrar toda su mujer interior a
los chicos. ¿Qué podría hacer? ¿Debería dejarla a su aire y que ellos sean amantes o
lo que sea?
Toda una telenovela. La situación de las hermanas es extrañísima. Riñen
continuamente, pero también cotillean sobre ese torso y esos músculos cuando es hora
de dormir.
¡Ahí viene! ¡Actúa con naturalidad! Juan sabe que es irresistible, por eso cuando camina
delante de ellas, se hace el chulo. Se pone erguido, camina imponente, saca pecho y
entona su voz de “macho alfa”: ¡Hola, preciosas!
Lo increíble de estas hermanas es que aceptan las derrotas, puesto que fue finalmente
Paula la que se llevó el premio. Ana se rindió, pero tuvo que preguntar: ¿Juan, por qué
ella? Y, claro, Juan tenía la respuesta más que preparada: evidentemente, Ana, lo eché
a suertes.
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