martes, 22 de marzo de 2022

BRUMA (Historia real).

Nací un 31 de julio de 1978, fui prematuro, de siete meses y medio pero esta historia no va realmente sobre mi sino sobre las circunstancias que rodearon mi nacimiento. Un milagro.

Julio de 1937, Salamanca. Mi abuela, por parte de madre, Juana, tuvo la desgracia de estar a puntada en las órdenes de fusilamiento del bando republicano. La orden no se llegó a ejecutar porque dos días antes entraron las tropas nacionales y tomaron Salamanca.

Agosto de 1946. Mi abuela conoce a un simpático y buenazo obrero en la fábrica textil de Béjar (Salamanca), Fernando, y a los pocos meses se casan.
En Abril de 1947 nace mi tío Fernando. A mi abuelo, le diagnostican cáncer de estómago. El tratamiento es caro pero va resistiendo gracias a la penicilina. En Mayo de 1948 nace mi madre, Celia, la verdadera protagonista de esta historia. En Julio de ese mismo año fallece mi abuelo y mi abuela se queda en la ruina y con dos niños para sacar adelante.

La tristeza y la pena hizo que la leche materna de mi abuela se agriara y a mi madre se le cerrara el estómago y no quisiese comer. Desesperada, mi abuela consultó médicos, pediatras y sólo le quedaba un experto doctor de Salamanca que contestó a una de sus cartas donde mi abuela le exponía el caso pero le ponía sobre aviso de que no disponía de recursos económicos para pagar sus servicios. La contestación fue un SÍ como una casa. Mi abuela y mi madre marcharon hacia allí. Estuvieron haciéndole pruebas a mi madre hasta que el doctor se dio por vencido. No le cobró nada a mi abuela pero la ilusión se tornó en frustración.

De vuelta para Béjar las mujeres del vagón se extrañaban de por qué llevaba mi abuela a un bebé muerto, qué pinta tendría mi madre. Entre sollozos mi abuela contó la historia y quedaron tan impresonadas que una de ellas le aconsejó que se bajara en la estación de La Maya y que preguntara por una curandera muy famosa de por allí.
Entonces las curanderas no eran fraudes como las de ahora. Sabían montones de remedios caseros para enfermedades y no tanta palabrería.

Así lo hizo mi abuela sin mucha fe pero con la desesperación del momento ya no tenía nada que perder. La curandera era una mujer lozana llena de vitalidad que recibió a mi abuela encantada. Tras contarle mi abuela sus síntomas la curandera le dijo que le pusiera un filete de ternera bueno en el estómago (para que absorbiera sus nutrientes) y detrás una hogaza de pan (para abrir el estómago) y que, por favor, si la niña se salvaba que fuera con ella a verla.
Es obvio que funcionó. Mi abuela llegaba a decir que cuando le quitaba el filete del estómago a mi madre ni los perros lo querían.

Así fue cómo mi madre pasó de la bruma espesa del río Tormes a la soleada ciudad de Madrid donde conoció a mi padre y el resto ya lo sabéis.



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