La otra tarde vi a mi amiga
pegada a la pared de su habitación. Parecía intentar sujetar su
cuerpo, como si éste le pesara de tal manera que la fuerza de la gravedad la
estuviese llamando. Ni siquiera la observé quitarse el abrigo, cosa que
me pareció sorprendente, puesto que dentro normalmente hace calor: el frío del
invierno viene a por nosotros y no estamos a salvo.
Mi amiga se está quedando muy
delgada, parece transparente. Tan delgada como el perchero en el que no
ha dejado ni su abrigo ni su bufanda. Su nueva apariencia llama la atención,
ningún tipo de ropa puede tapar aquello que la esté ocurriendo. Debería
irse de esta casa, la está matando. Quizás, lo más sensato sea colgar
de una vez por todas el anillo, deshacerse de ese hombre. Necesita unos brazos
que la ayuden a liberarse de todo. Su dedo anular no es más que un colgadero
de un pequeño símbolo amoroso que no deja de recordarla que está atrapada
tras esa puerta.
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