martes, 22 de marzo de 2022

SOMBRAS NEGRAS (Especial semana de Halloween).


Aquel verano fue tan caluroso como los de siempre. Pero a mi me daba igual porque me encantaba el verano.
Días de más luz y no la tristeza del otoño o el horror del invierno.

Otro verano en Madrid pero a mi me encantaba Madrid en verano.
El Madrid vaciado de agosto era una delicia para mi. Menos gente, menos coches, una verdadera maravilla.

Pero aquel verano no fue como los demás.

Me encontraba yo en el Retiro una mañana de domingo. Disfrutaba del paisaje, de su hermoso estanque y contemplaba mi sombra algo recortada por la sombrilla de la terraza donde alegremente me estaba tomando el cafelito. En un momento dado empecé a sentirme incómodo, me dolían la cabeza y los hombros. El dolor comenzó a ser insoportable. Algo me hizo levantarme y pedir al camarero que quitara la sombrilla. Acto seguido empezaron a cesar los dolores por completo.

Algo me inquietó y me hizo volver a mirar mi sombra, esta vez totalmente entera. Por inercia de Dios sabe qué, eché a andar sin dejar de observar a mi sombra. Como si ella hubiese tomado el control de mi cuerpo.

De repente eché a correr para resguardarme a la sombra de un árbol pero ésta me empujó como si al propio árbol le molestara. Entonces sentí un latigazo cervical como si de un castigo se tratara. No había dudas, mi sombra había poseído mi cuerpo y mi mente.

Empecé a notar un calor extremo, el sudor me caía a chorros. Intenté llegar hasta la fuente más cercana pero de reojo podía observar como mi sombra tiraba de mi hacia atrás.

Desesperado por una circunstancia tan inusual intenté hablar con ella. Le pregunté con ansiedad qué quería de mi pero no obtuve respuesta. Y volvió a ponerme a correr alrededor del estanque, cosa que me empezó a provocar un ligero mareo.

No podía más, estaba exhausto y cada vez me hacía acelerar el ritmo.
Le imploré, le pedí perdón por lo de la sombrilla, pero sólo logré que me hiciera acelerar cada vez más y más.

Mi situación ya había llegado al límite, no conseguía parar de correr hasta que cuando ya me iba a caer desmayado o quedarme inconsciente la sombra, en un quiebro, me hizo tirarme al estanque de cabeza.

Por cierto, no sé nadar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario