martes, 22 de marzo de 2022

DEPREDADOR (Especial semana de Halloween).

Hace una noche perfecta, hay luna llena y son las fiestas del pueblo de al lado. Estoy motivado, listo y dispuesto para una gran cacería. Lo necesito como el comer, tengo que matar. Y lo necesito ya.

Sobre la cama todo dispuesto: cinta americana, la jeringuilla y el anestésico, una saco pequeño con cuerdas, mi colección de armas blancas preferidas. No falta nada. He esperado mucho tiempo. Nadie me puede parar. Pero falta lo más importante: mi bella e inocente víctima. Siento que esta noche es especial y noto que ya estoy listo para la acción. Vamos allá.

El rugido del motor me pone cachondo mientras sube el puerto hasta mi destino. Arriba del todo me espera mi premio, alguna descuidada e ingenua doncella buscando a un caballero para que la lleve hasta su casa. Es la excusa prefecta pues ellas buscan y yo concedo… Soy un romántico.

Siempre me ha dado resultado. ¡Benditos pueblos en época veraniega! ¡Benditas fiestas patronales! Todavía me acuerdo del último pueblo. Fueron dos tiernas adolescentes. Una tuvo el privilegio de verme actuar mientras la otra disfrutaba de mi despiadada compañía.

Lo dicho. Hoy es mi día de suerte, una chiquilla ha aparecido sola. Estoy empalmado. Paro, me dice que va a un pueblo cercano, le digo que perfecto y le indico que suba a lo que ella accede y se sienta detrás. Yo hubiese preferido tenerla a mi lado pero no se puede planear todo hasta el mínimo detalle.

Sonrío mientras recoloco el retrovisor para tener mejor visión para verla y le pregunto qué tal se lo ha pasado en las fiestas. De repente se me echa a llorar y me cuenta que un chico que le gustaba ha intentado sobrepasarse con ella.

Pobrecilla… Y exclamo ¡malditos niñatos! Le pregunto si está bien y de la guantera saco un paquete de clínex para ofrecérselos. Me da las gracias mientras coge uno. Intento tranquilizarla para ganarme su confianza. Le cuento la típica trola de que tengo una hija de aproximadamente su edad. Eso parece funcionar una vez más pues la chica empieza a contarme que no es de aquí, que no conoce la zona y que por culpa de ese chaval ha tenido que salir corriendo y alejarse de su grupo de amigas. Le pregunto si lleva móvil pero ella me contesta que se ha quedado sin batería.

¡Cojonudo! Lo tengo a huevo. Le digo que casualmente yo me he dejado el mío en mi casa, que nos pilla de paso y que si quiere puede llamar desde allí. Ella niega con la cabeza y me responde que prefiere ir directamente a casa de su tía. Me pregunta si estoy casado y miento diciéndole que sí.

Tanta cháchara me está resultando muy desagradable.

Aprovechando una parada en un semáforo me detengo a contemplar su figura: delgadita, pechos pequeños, pelo largo, morena, ojos marrones, lleva una rebeca y pantalones vaqueros. Mi mirada se clava en su entrepierna y me asalta la imagen de un vello púbico frondoso. Me vuelvo a excitar.

A pocos metros de llegar al pueblo hago la maniobra. Le digo que tengo que parar a hacer pis, que no puedo aguantarme más y que no tardo nada. Hago el paripé detrás de unos arbustos y preparo la jeringuilla con el anestésico. Ventajas de ser veterinario.

Regreso y me sorprende verla fuera del coche. Esto va a ser pan comido. Me acerco y le ofrezco un pitillo pero ella me contesta que no fuma. Que empieza a tener frío y que si nos vamos ya. Se acabó la cortesía. Empieza el ritual. Saco la jeringuilla como saca un torero su espada y entro a “matar” aprovechando que me ha dado la espalda. Le inyecto la aguja a la altura del cuello y aprieto con éxtasis hasta inyectarle la dosis necesaria sólo para atontarla y que se le aflojen las piernas como si estuviera borracha. La empujo hacia dentro del coche. Es uno de mis momentos favoritos. Ya está a mi merced.

Me meto en el coche y doy media vuelta para dirigirme a mi casa donde también está todo dispuesto en la habitación de “invitados”. Me meto por carreteras secundarias para evitar los dichosos controles de alcoholemia hasta llegar a mi humilde morada.

Saco del coche con suma delicadeza a mi dulce plato de esta noche. La llevo hasta la habitación mientras ella hace intentos en vano por zafarse de mi pero la dosis que le he metido apenas le deja moverse y sólo acierta a balbucear palabras incompletas en un intento de poder gritar.

La coloco en la camilla, la desnudo completamente y procedo a atarle manos y piernas a unas correas dispuestas para la ocasión y la amordazaré bien ya que toda precaución es poca y yo soy todo un profesional, no dejo cabos sueltos.

Cuando he terminado la contemplo durante un instante. Me fijo en su piel y me llama la atención que no esté depilada: tiene vello en los brazos, en las piernas, en las axilas y por supuesto, como yo imaginaba, una buena mata en la entrepierna. No me repugna, al contrario, me pone a cien.

Tengo que serenarme un poco porque estoy taquicárdico perdido. Salgo de la habitación y voy al baño para refrescarme la cara. Mientras tanto ideo el proceso de ejecución: primero le quitaré la mordaza, la besaré y le arrancaré la lengua de cuajo. Después le mordisquearé los pezones mientras me masturbo. Y luego me recrearé quemándole primero el vello de las axilas y después el de su majestuoso felpudo con un soplete. Me encanta el olor a pelo quemado. Momento que aprovecharé para masturbarme otra vez. Una de mis partes favoritas del ritual es el momento casquería.

Se me estaba poniendo dura de tanto pensarlo cuando de repente noto como si llamaran a la puerta, pero… ¡Imposible! La habitación está cerrada con llave, ella no ha podido desatarse a no ser que sea Supergirl, termino de refrescarme descojonándome de mi excitada imaginación pero de repente se oye un ruido más fuerte como si alguien intentase tirar la puerta abajo. Incapaz de creerme lo que acabo de escuchar apoyo mi oreja en la puerta para escuchar cuando algo la derriba y me quedo atrapado debajo. Un bicho peludo parecido a un perro me mira fijamente a los ojos.

Abre la boca y me enseña sus colmillos en tono desafiante. La saliva que cae de su boca aterriza en mi cara. Estoy atrapado, no puedo defenderme. Es el fin, lo sé, lo presiento. Yo he estado en el otro lado y esa mirada es la del ejecutor. Cierro los ojos y sólo espero que no sea como yo y que acabe conmigo pronto.

Fundido a negro

CASA DEL PSICÓPATA. A LA MAÑANA SIGUIENTE.

La puerta del baño sigue derribada y por debajo asoman unas cuantos huesos humanos. La chica está en la ducha. Unas piernas peludas asoman a través de la cortinilla. Una mano desliza una maquinilla de afeitar de hombre por toda la pierna depilándola por completo. Repite la acción con la otra pierna. Sale de la ducha y se mira en el espejo de arriba abajo comprobando que se ha hecho sangre cerca del labio. La retira con la lengua, sonríe y comienza a vestirse. Cuando ya está preparada coge su bolso, mete un neceser y abandona la casa.

Se oye un aullido y la chica desaparece de nuestra vista caminado lentamente como lo hace la luna llena.



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