domingo, 30 de mayo de 2021

TERCERA PUBLICACIÓN: CUENTO

 La película de su vida

Arturo es un niño con padres veganos que quiere comer tanto y como los demás. Hoy es su cumpleaños, así que va a invitar a todos sus amigos al cine y, lo más importante, sin protección paterna.  Ha dibujado diferentes tarjetas de cumpleaños para todos a los que quiere ver ese día, Sonia, Lucía y Pedro. Además, les ha especificado en ellas que deben llevar chuches y comida chatarra (requisito importante).

La fiesta de cumpleaños será alrededor de las 18:00, porque las películas infantiles comienzan a esas horas, aunque, él, en realidad, tiene otros planes: este mes estrenan una nueva película de terror que no es apta para menores de edad, así que sería perfecta para su día especial.

A las 17:50 la madre de Arturo llega al edificio donde se encuentra el cine, pero no le deja solo hasta que puede ver al resto de padres llevando a sus respectivos hijos. Con el paso de los minutos, los invitados al cumpleaños comienzan a llegar con grandes bultos en los bolsillos. “Seguro que ni lo notan”, piensa Arturo.

—Muy bien, Arturo —dice la madre mientras le acaricia la coronilla—. Los padres y yo nos vamos a la cafetería que hay en frente, así que nos veremos aquí cuando haya terminado la película. Te he dejado el dinero en la mochila junto al móvil de emergencia. —señala a su espalda—. Lo he dejado en silencio para que no os moleste en la sala, así que no lo uses hasta que necesites llamarme.

—¡Adiós, chicos! —gritan los padres casi al unísono—.

El plan va sobre la marcha, están todos listos para, por fin, ver una película de mayores y atiborrarse a comida basura. “Es el mejor cumpleaños de la historia”, no deja de repetirse Arturo a sí mismo.

—4 entradas para La noche infernal, por favor.

—¿Cuántos años tenéis, niños? —pregunta el taquillero con una sonrisa burlona—.

—Casi cumplimos los 18, nos faltan unos meses —intenta mentir Arturo—.

—Lo siento, pero no os puedo vender estas entradas —le ofrece los tickets para El cisne y la tortuga en su lugar—.

—Bueno… gracias —le da el dinero de su madre y se va enfadado a la zona de los pasillos—.

Arturo, Sonia, Pedro y Lucía están de mala gana porque no pueden ver la película de la que habían hablado las otras tardes en el recreo, y deciden sentarse en el suelo junto a una de las papeleras que hay cerca de las puertas de las salas a esperar a que termine la última sesión.

—¡No te desanimes, hombre! —grita entusiasmado Pedro—. Tenemos muchas chuches.

—¡Eso, eso! —asiente Sonia—. Vamos a comernos todo para que nuestros padres no se den cuenta de los envoltorios.

—Nosotros hemos traído un poco del bizcocho de nuestro padre, creo que es de chocolate —dice Pedro sacando una bolsa del bolsillo de su hermana Lucía—. Tomad, hemos cogido para cada uno.

Pasa el tiempo y la última sesión aún no ha terminado, pero ellos, con todas las guarrerías, prácticamente. Los minutos no avanzan y están cansados, ya no saben qué hacer.

—Ay… chicos, me siento muy rara —dice Sonia mientras se sujeta la cabeza—. Me estoy mareando.

—Si… yo también —le responde Arturo mirando al suelo para no vomitar—.

De pronto, las puertas se abren y comienza a salir una cantidad inmensa de niños gritando, pataleando y riendo; todos los padres están atrás con caras de cansancio y aburrimiento.

—Venga, chicos. Entremos —dice Lucía—.

Como no había nadie esperando con ellos, deciden sentarse en la parte de atrás como los mayores, así podrían hablar sin que nadie les mande callar. Sin embargo, no parece que vaya a ser el caso, ya que no entra nadie más. Están completamente solos.

—Chicos, esto es muy raro, ¿por qué no hay niños? —pregunta preocupado Arturo—.

—No lo sé, pero me estoy empezando a poner nerviosa, creo que estoy oyendo algo —dice Lucía mirando a todas partes para averiguar de dónde procede ese ruido—.

La sala, de repente, se pone oscura y empiezan a parecer imágenes en la gran pantalla del fondo. Aunque, a todos les parece raro, porque las imágenes están distorsionadas y hacen sonidos muy extraños.

—Chicos, esto no es normal, ¿nos hemos equivocado de película? —dice Arturo desde su butaca—.

Sin verlo venir, se oye una gran explosión, y los chicos gritan y salen disparados de sus asientos ante el miedo.

—¿Qué ha sido eso? —grita sin parar Pedro—.

—¡Madre mía, madre mía! —llora Lucía—.

En la pantalla gigante que alumbra la sala, los niños advierten una cara arrugada haciendo muecas que parece estar mirándolos a todos, uno a uno. Tienen mucho miedo y quieren salir de allí, así que deciden bajar corriendo de la última fila y marcharse por la puerta por la que han entrado.

—¡Está cerrada! ¡No puedo abrirla! —grita sin consuelo Pedro—.

—¡Esta también! —chilla Arturo desde la puerta del otro lado—.

Sin saber qué hacer, se abrazan todos juntos en un rincón sin poder parar de temblar. Es cierto que querían vivir una experiencia de mayores, pero no de esta forma, esto ya no hace gracia. Justo cuando los 4 chicos están desesperados y llorando debajo de las primeras butacas que se pueden apreciar al entrar, alguien abre una de las puertas.

—¿Qué hacéis ahí metidos? —pregunta extrañado un trabajador del cine—. Salid de ahí, ha habido un cortocircuito y no se puede proyectar la película, avisad a vuestros padres para la devolución del dinero y pedir disculpas.

Los niños, asustados, echan a correr en dirección a la puerta dando un empujón terrible a ese pobre hombre. Cuando consiguen salir de ahí, Arturo coge el móvil de su mochila y envía un mensaje a su madre, ya que está tan asustado que cree haberse quedado sin voz para llamar.

A los diez minutos, llegan todos los padres sin entender por qué les habían avisado tan rápido, y comienzan a hablar con quien les había abierto la puerta de la sala de cine. Arturo, Sonia, Lucía y Pedro, mientras tanto, se abrazan entre ellos aliviados de haber podido salir de aquel terrible sitio.

Esa misma noche, todos se van a dormir a las camas de sus padres, están demasiado aterrorizados por ese cumpleaños; nunca más volverán a intentar ver una película de mayores, es demasiado peligroso.

—Nena, ¿puedes venir a la cocina? —pregunta desde la estantería de los dulces el padre de Pedro y Lucía—.

—Sí, dime, cielo —le responde sonriendo la madre—.

—¿Te has comido tú el último trozo del bizcocho de maría que hizo mi primo?




 

 

 

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